EL PUENTE DE LOS CUERVOS
El frío se sentía como un cuchillo desgarrando mi piel y hundiéndose tan profundo que sentía roer mis huesos. Desperté en una nebulosa de dolor y confusión, mi cara hundida en el lodo viscoso del canal, bajo la sombra húmeda y ominosa del puente. El olor a muerte, barro podrido y sangre seca era mi único mundo. Intenté mover un dedo, y el dolor fue una descarga eléctrica que recorrió mi brazo destrozado. ¿Cuánto tiempo? La pregunta flotaba, etérea, en medio del mareo nauseabundo. Sabía que era Sofía, que tenía trece años, pero el cómo y el dónde eran agujeros negros llenos de terror. El esfuerzo por arrastrarme fue una epopeya de agonía. Cada centímetro ganado al lodo era una victoria pírrica, pagada con jadeos que rasgaban mi garganta y nuevas oleadas de dolor. Mis piernas eran troncos inertes, mis brazos apenas respondían, temblando bajo un peso que no era solo el mío. La orilla superior, con su vereda polvorienta bañada por un sol que parecía de otro planeta, con mi cara aun pegada ...