LA LUZ QUE SIEMPRE ESTUVO ALLÍ
Nunca supe lo que tenía hasta que lo perdí. Hasta que el vacío se instaló en mi pecho como un invierno perpetuo. Ella, Elena, mi alma gemela, mi hermana del corazón… desapareció. Un día, simplemente dejó de responder mis mensajes, sus risas ya no llenaban mis tardes, su voz dejó de ser el refugio donde contaba mis conquistas, mis estupideces, mis sueños. Al principio, pensé que era un malentendido. Luego, rabia. ¿Cómo podía abandonarme así? Hasta que la oscuridad llegó. Una oscuridad densa, fría, que se colaba en mis huesos incluso bajo el sol. Las noches se volvieron interminables, el silencio de mi apartamento un eco ensordecedor de su ausencia. Las historias que solía contarle, esas aventuras pasajeras que antes me inflamaban el ego, ahora sabían a ceniza. Carne sin alma. Contacto sin conexión. Un vacío que ninguna otra podía llenar, porque el agujero tenía su forma exacta: la curva de su sonrisa, la luz de sus ojos castaños, la calma de su presencia. Fue como despertar de un letarg...