LA DIGNIDAD PERDIDA

Cuando el oficio deja de ser un verbo y se convierte en la única respuesta a la pregunta "¿quién soy?"



Hay un momento, tras el despido, en que el reloj se rompe. No es que se detenga; es que sus manecillas empiezan a girar en un vacío silencioso, marcando horas que ya no pertenecen a ningún orden. La pijama deja de ser ropa de dormir y se convierte en el uniforme de la inutilidad. Cada correo sin responder no es una tarea pendiente, sino un recordatorio cruento de que ya no hay un lugar en el mundo donde tu presencia sea necesaria. El mundo sigue su marcha ahí afuera, tras la ventana, y tú te conviertes en un espectador de la vida que pasa, preguntándote si, al perder el trabajo, perdiste sin quererlo también el derecho a sentirte persona.


Pero esto no es solo una crisis del alma; es una ecuación matemática que no cierra. Es la indemnización que alcanza apenas para cubrir lo inmediato, mientras en la mente suena el tictac de un contador regresivo. Es el nivel de vida que construiste sobre un solo pilar "ese trabajo que llegó como un golpe de suerte y que ahora ves como un milagro irrepetible" y que se desmorona dejando al descubierto las facturas del colegio privado, la hipoteca, el ritmo de una existencia que exige una reorganización urgente. Y sin embargo, la mayoría estiramos el chicle. Esperamos. Creemos que algo surgirá, que el teléfono sonará con la salvación. No queremos perder el estatus, bajar del peldaño que costó lágrimas de sangre alcanzar. El orgullo es un lastre pesado que nos hunde en la inacción mientras los recursos se consumen.


Ante este abismo, los caminos se dividen:

Están los que lo ven como el aventón que necesitaban para saltar a algo más grande, los que transforman el miedo en combustible.

Están los que encuentran un trabajo similar, y reanudan la marcha con un suspiro de alivio.

Están los héroes silenciosos que, sin importarles el qué dirán, venden sándwiches frente a una obra o conducen un taxi hasta la madrugada, con tal de sacar a la familia adelante.

Y están los que se derrumban. Para ellos, el mundo no solo se detiene; se acaba. Sienten que no hay oportunidad ni cabida para ellos en una sociedad que mide el valor por la productividad.


Porque el ser humano es un ser de propósitos. Necesita enfocarse en algo, sentirse útil, necesario. Incluso en la pereza de un trabajo aburrido, había un marco, un lugar al que ir. La ausencia de ese marco no es libertad; es un exilio. Y este exilio moderno se convierte en un germen que contamina todo: destruye núcleos familiares que parecían inquebrantables, envenena la autoestima, siembra trastornos que crecen en la sombra. El ser humano es capaz de resolver problemas, pero ¿qué hacer cuando el problema es que la sociedad te ha dado de baja, cuando sientes que tu tarjeta de membresía ha sido revocada?


Entonces comienza el repliegue. Dejas de contestar el teléfono porque las llamadas de amistad se espacian y se multiplican las de cobranza, cuya insistencia es un recordatorio de tu fracaso. Te sumerges en el mundo irreal de las redes sociales, no para conectar, sino para escapar de la vida que se te cae a pedazos. Ves, paralizado, cómo se suspenden servicios, cómo la bola de nieve de las deudas crece y crece. Y llega un momento en que piensas: "Ya es tarde. No puedo pararla". Asumes que debes empezar desde cero, pero el cero da terror porque no sabes ni cómo se pisa.


¿Estaremos preparados para el rechazo? Celebraremos los éxitos con champán y publicaciones, pero los malos tiempos los vivimos en un aislamiento vergonzante, como si fuera una falla personal, un secreto que mancha.


Hoy me enteré de una tragedia. Un conocido, no muy cercano, pero alguien con quien compartí alguna vez un café. Nadie le notaba el nudo en la garganta. A pesar de su mala racha, mantenía las apariencias, sonreía en las fotos, fingía normalidad. Ese fingimiento lo consumió. No se atrevió a admitir su desastre. Y al final, en la soledad más absoluta, las ideas rondaron su cabeza hasta que una se instaló como una "solución lógica": un seguro de vida sería mejor para su familia que un padre y esposo fracasado.


No entendió, ¿cómo iba a entenderlo, con la mente nublada por la desesperación?, que para quienes te aman, los vínculos son más fuertes que cualquier problema económico. Los problemas, por graves que sean, se superan. Queda el recuerdo de la lucha y la sabiduría de haberla librado. Pero la pérdida de un ser amado es definitiva. Es un vacío que no se llena con dinero, sino con un dolor que no prescribe.


Hoy, sentado en esta banca, veo pasar un centenar de soluciones posibles que él ya no verá. Una mente sumida en la desesperación no ve rutas de escape; ve confirmaciones de su encierro. La desesperación es un sesgo cognitivo que borra el futuro y pinta de negro todas las paredes.


Si estás en ese hoyo, escucha este susurro desde el otro lado: Tu valía no está atada a un cargo. Tu identidad es más vasta que tu profesión. El primer paso para reorganizar una vida no es un salto gigante; es una decisión pequeña y humilde: abrir la ventana. Contestar una llamada aunque sea para decir "estoy mal". Rebajar el estatus, si es necesario, para salvar al ser humano. Vender un sándwich, aprender un oficio nuevo, permitir que te ayuden.


La bola de nieve se para con un primer gesto de coraje: el coraje de admitir que te caíste. Desde allí, desde el suelo, se puede volver a construir. No desde el mismo lugar, quizás no con el mismo brillo, pero con una dignidad más verdadera: la que nace de saber que, incluso sin tarjeta de presentación, sigues siendo alguien. Alguien que lucha. Alguien que respira. Alguien que, por el simple hecho de estar aquí, ya tiene un lugar en el mundo que ninguna empresa puede conceder ni quitar.


No dejes que la cuenta bancaria defina tu valor. Y si la oscuridad aprieta, grita. Alguien escuchará. La salida, aunque no la veas, existe. Y a veces empieza con soltar el peso de quien creías que debías ser, para abrazar al que, en el fondo, siempre has sido: un ser humano, frágil y resistente, merecedor de amor, incluso "y sobre todo" cuando el mundo del trabajo te da la espalda.


Guido Berly

Comentarios

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  2. Tan complicada es la mente que no ves salida a los problemas y que la única solución es dejar de existir, sin pensar en la familia en cuanto a dolor que causa.
    Se que hay que trabajar pero cuando el trabajo te trae más problemas lo mejor es dar la vuelta y cambiar de trabajo y cuando ese trabajo no llega también es problema y te cuestionas si deberías haberlo dejado?
    Pero lo importante es la salud mental y hay que hacer lo mejor para uno. Me identifico con la última parte.
    Tengo que buscar trabajo 💪
    Éxito en sus publicaciones, Saludos 🍀

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  3. Siempre hay álgo que se puede hacer,para avanzar, bendiciones 🙏para usted berly

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