LA LUZ ENTRA POR LA GRIETA




Donde el duelo se convierte en esperanza


La lluvia golpea la ventana, igual que aquella noche, igual que cada noche de abril desde hace cuatro años. El sonido me atraviesa, frío y familiar. Aquí, en el silencio opresivo de esta casa que fue nuestro nido y ahora es mi cárcel de recuerdos, respiro el vacío. Cuatro años. Mil cuatrocientos sesenta días desde que el mundo se partió en dos y la mitad de mi alma se marchó contigo, mi amor, mi ancla, mi todo.

¿Cómo se explica el tamaño de este agujero? Es como si el universo entero hubiera sido succionado, dejando solo un eco desgarrador en mi pecho. Una oscuridad tan profunda, tan densa, que no solo ciega: consume. Se arrastra bajo la piel, se instala en los huesos, pesa sobre los hombros como una losa de granito. Cada mañana es un acto heroico: abrir los ojos, respirar, poner un pie en el suelo frío. Sobrevivir, no vivir. ¿Cómo seguir de pie cuando aceptar tu partida es como arrancarme las entrañas una y otra vez? Es una traición a lo que fuimos, a lo que soy contigo. Pero sé que debo hacerlo, por ellas, por nuestras hijas, que ahora vuelan lejos, construyendo sus vidas con la fortaleza que, creo, heredaron de nosotros. De ti.

He intentado, amor mío, lo juro que he intentado llenar este abismo. Un par de veces. Hombres correctos, amables quizás. Pero sus abrazos… eran como envolverse en nieve. Fríos, impersonales. Un roce de pieles que solo dejaba un regusto amargo, una sensación de suciedad que me hacía correr a la ducha, frotándome la piel hasta enrojecerla, intentando borrar no a ellos, sino tu ausencia, que esos contactos vacíos hacían aún más insoportable. Me preguntaba, temblando: ¿Me he convertido en un bloque de hielo? ¿Un iceberg desgajado, flotando a la deriva en un mar negro, incapaz de sentir calor, de derretirse jamás?

Hoy. Hoy es la víspera. Mañana marcará otro año sin tu risa, sin tu mano buscando la mía en la cama, sin tus consejos sabios en el desayuno. La casa calla, un silencio que grita. La amargura ya se asomaba, pesada y conocida, dispuesta a ahogarme otra noche entre lágrimas saladas y fotos desgastadas. Buscando un respiro, cualquier cosa que no fuera este dolor, abrí el teléfono. Un zumbido inútil contra el vacío. Hasta que apareció él.

No fue un trueno, fue un susurro. Una conversación que empezó como un saludo tímido y se convirtió en un río tranquilo, fluyendo sin esfuerzo. Horas. Horas que se deslizaron como minutos. Hablamos de cosas sencillas, profundas, absurdas, reales. Y sin darme cuenta, algo ocurrió. Una pequeña grieta. Imperceptible al principio, como el primer rayo de sol intentando colarse por una persiana cerrada durante siglos. En esa grieta minúscula, entró un hilo de luz. No cegadora, no salvadora. Solo… luz. Calor.

Llegó la hora de dormir, esa hora que temo, cuando la soledad se vuelve tangible y el frío de tu lado de la cama quema. Pero no colgamos.
—"Quédate" —murmuró su voz al otro lado, suave, firme, como terciopelo sobre heridas abiertas.
—"Yo también" —respondí.
Y nos quedamos. Pegados al teléfono como si fuera un salvavidas, como si las ondas invisibles pudieran tejer un puente entre continentes. Respiración sincronizada. Silencios cómplices. Sus palabras, bajas, íntimas, empezaron a trazar caminos sobre mi piel. Sin tocarme, me recorrió. Palabra a palabra, susurro a susurro, fue despertando zonas adormecidas, congeladas. Una caricia de voz en la nuca, un calor imaginario en la espalda, un peso reconfortante a mi lado en la cama vacía. No era deseo ardiente. Era… paz. Una paz profunda, tibia, que se instaló en mi pecho, desplazando por un instante el dolor agudo.

Me habló de la luz que vio en mis palabras, de una fuerza que adivinaba, de una belleza que no era solo física, sino del alma: cansada, sí, pero resistente.
—"Eres hermosa" —dijo.
Y por primera vez en años, en una eternidad de días grises y noches desoladas, lo sentí. No fue un piropo. Fue un reconocimiento. Un espejo limpio donde vi algo más que la viuda, la superviviente rota. Vi a una mujer que aún podía brillar.

Me hizo sentir abrazada. Realmente abrazada. Con una ternura que traspasó la distancia física, los kilómetros, los años de desierto emocional. Un abrazo hecho de palabras, de presencia sónica, de una intimidad compartida en la oscuridad digital. Y ahí, en medio de ese milagro imposible, lloré. Pero no eran lágrimas de desesperación. Eran cálidas, liberadoras. Como el deshielo de un glaciar que creía eterno.

¿Cómo es posible? ¿Cómo puede un abrazo físico, piel con piel, dejarme tan fría, tan vacía, tan amargada… mientras que este abrazo intangible, tejido con sonidos y silencios a miles de kilómetros, incendia tantas sensaciones dormidas? ¿Cómo puede una voz despertar más que un cuerpo presente? Es el misterio del alma, supongo. Es encontrar a alguien que no toca la piel, sino que resuena en la misma frecuencia del corazón herido.

Hoy, al despertar, el peso en el pecho no es el mismo. La oscuridad no ha desaparecido; tu ausencia, mi amor, es un océano que siempre estará ahí. Pero… hay una grieta. Una grieta por donde se cuela un nuevo tipo de luz, suave, dorada. Siento como si hubiera tocado tierra después de años naufragando. Como si, por primera vez desde que te fuiste, alguien me hubiera tendido una mano desde dentro de la tormenta y me hubiera ayudado a recordar que, bajo el hielo, aún late algo cálido, algo vivo.

Hoy no es el fin del dolor, pero sí, tal vez, el principio de algo más. Un nuevo amanecer, titubeante pero real, que promete poner en orden, no para olvidarte jamás, sino para honrarte viviendo, no solo sobreviviendo. Porque tu amor me enseñó a amar, y quizás, solo quizás, esa lección no terminó contigo.

La luz entra por la grieta. Y por primera vez en cuatro largos años… no tengo miedo de mirarla.


Guido Berly

Comentarios

  1. He leído tu relato con el alma abierta… y no puedo más que agradecer profundamente tus líneas, que han sido un bálsamo suave sobre una herida que no se ve, pero que vive en mí desde la partida de mi esposo.
    A veces, el dolor se sienta en silencio, sin pedir permiso, y uno solo intenta sobrevivirlo. Pero al leerte, sentí algo distinto, una caricia al alma, una pausa en la tormenta, un respiro lleno de paz.

    Tu escritura ha tocado fibras hondas, no solo por lo que dice, sino por lo que evoca, el amor que permanece, la memoria que consuela.
    Gracias por ese regalo, por mirarme con ojos que comprenden, por transformar el dolor en estos días de mayo, en una herida compartida.

    Con sincero cariño y gratitud,

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  2. Gracias por tocar este tema tan sensible, acompañándolo de ternura y esperanza para los que hemos sido aporreados por la vida.

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  3. 🌻 Muy lindo tu sentir en letras...Siempre Brilla la esperanza en el andar de la vida,por obscuro que paresca el camino.El tiempo es él mejor aliado para sanar del corazón nuestras profundas heridas. Ya vendrán tiempos mejores y recordaremos sin dolor las cicatrices de tiempos vividos.Muchas gracias por tus escritos Berly... Feliz despertar!!☪️ Un fuerte abrazo. Bendiciones 💕

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    1. 🌻 Después de tanto dolor y soledad , hubo un rayo de luz y de nuevo el amor aún en las grietas volvió a renacer. 💕 PD

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