LA BELLEZA QUE NO NECESITA FILTROS
En un mundo donde las pantallas brillan más que las miradas, conocí a alguien que me hizo entender por qué vale la pena buscar la autenticidad entre tanto espejismo. No fue una persona, sino muchas: esas que caminan sin posturas estudiadas, que ríen sin calcular el ángulo perfecto, que existen sin pedir permiso a los algoritmos.
Todo comenzó cuando, tras meses de hablar por redes con una chica que parecía salida de un cuento —cabello siempre impecable, sonrisa de anuncio, hobbies *instagrameables*—, decidimos vernos. Llegó tarde, disculpándose entre risas nerviosas. No llevaba el labial rojo de sus fotos ni aquellas pestañas que parecían abanicos. Era… ordinaria. Hermosamente ordinaria. Pero yo no pude evitar sentirme defraudado. No porque ella no fuera linda, sino porque había vendido una fantasía que ni ella misma creía. "Los filtros me dan confianza", admitió, mirando su café en lugar de a mis ojos. Esa tarde, ambos nos fuimos sintiendo que habíamos perdido algo que nunca existió.
Fue entonces cuando empecé a notarlas: **las personas reales**.
Como Ana, la que sirve los café en la cafeteria de la esquina, que tiene una sonrisa torcida pero cálida, y que memoriza los nombres de sus clientes para preguntarles cómo les fue en aquella entrevista de trabajo o en aquel viaje. O como Javier, mi compañero de oficina, que en lugar de subir *reels* de gimnasio, pasa sus tardes enseñando a leer a niños en un centro comunitario. No lo hace por likes, sino porque, según dice, "ver sus caras cuando entienden una palabra es mejor que cualquier viralidad".
Y luego estaba Rosa. La conocí en un taller de cerámica. Llegó con las manos manchadas de arcilla, el pelo recogido sin cuidado y una camiseta vieja de bandas que ni siquiera intentaba disimular. No tenía seguidores, pero tenía historias: me habló de cómo moldeó su vida después de una quiebra, de sus noches de insomnio escuchando jazz, de la cicatriz en su rodilla que obtuvo rescatando a un gato callejero. No había filtro que pudiera capturar la intensidad de sus gestos, la manera en que sus ojos se iluminaban al hablar de sus nietos o cómo sus manos, imperfectas y fuertes, creaban tazas que parecían contener alma.
Rosa no era "perfecta" para las redes, pero era real. Y la realidad, descubrí, tiene un brillo que ninguna pantalla puede replicar.
Hoy veo a miles de jóvenes —y no tan jóvenes— atrapados en la misma mentira: creen que para ser valorados deben convertirse en ficciones. Se desgarran dietando cuerpos que no les pertenecen, compran rostros prestados con cirugías, inventan personalidades frías porque piensan que la ternura no vende. Y aunque consigan seguidores, aunque llenen sus comentarios de corazones, terminan vacíos. Porque al final del día, cuando apagan el teléfono, se quedan solos con el reflejo de un extraño en el espejo.
Pero también veo a los otros: los que bailan en cocinas sin subir el video, los que leen poemas en voz baja, los que abrazan con fuerza sin preocuparse por cómo se ve. Ellos no persiguen tendencias, sino que crean mundos pequeños y verdaderos. Y cuando tropiezan, cuando lloran o se despeinan, no corren a disimularlo con un filtro: se permiten ser humanos.
**La paradoja es esta:** mientras más nos esforzamos por ser "especiales" en lo virtual, más nos volvemos copias. Mientras más nos mostramos "perfectos", más nos alejamos de lo único que realmente conecta: la vulnerabilidad.
¿Qué pasaría si, en lugar de admirar cuentas pulidas, buscáramos a quienes comparten sus días imperfectos? ¿Si valoráramos más una conversación sincera en un parque que cien mensajes de alguien que finge ser quien no es?
Alguien me dijo una vez: "La gente no se enamora de los filtros, sino de las grietas que dejamos ver a través de ellos". Y tenía razón. Porque al final, lo que nos une no es la ilusión de la perfección, sino el coraje de ser auténticos… aunque eso signifique ser un poco más grises, un poco más frágiles, un poco más *reales*.
Así que, si hoy sientes que no encajas en los estándares de un mundo obsesionado con las apariencias, recuerda: hay belleza en tus contradicciones, magia en tus gestos no ensayados y un amor esperándote en algún lugar…
…pero solo si te atreves a salir de la pantalla para encontrarlo.
Guido Berly
🌻 Como siempre muy lindos tus escritos, llenos de emociones y sinceridad. Gracias por compartir tu sentir en letras. Buenas noches ☪️ Un fuerte abrazo 💕
ResponderEliminarConcuerdo contigo, el uso de filtros en las rr.ss. es todo un fenómeno, que pone en evidencia carencias profundas, falta de amor propio, baja autoestima, necesidad de aprobación. Y es por eso que vemos a hombres y mujeres, que prefieren usar una imagen filtrada de sí mismos, a aceptar sus imperfecciones, que es donde radica su verdadera belleza.
ResponderEliminarCuando entras en las redes sociales sabes que es un juego mentira_verdad generalmente propia de debilidades sicológicas que necesitan de un escudo para llegar a la verdad a través de apariencias y engaño ,tomando un tiempo para entender...en algún momento esa persona encontrara el camino para no esconderse ...
ResponderEliminarTotalmente cierto....agregar a este tipo de comunicación lo.impersonal que se transforma..algo sin emociones ni sentimientos.....un escrito muy a doc a nuestros tiempos ...ojalá esto en algún momento se termine...que mejor conocer gente como antes ..naturales sencillos y reales ...
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