ENTRE LA ETERNIDAD Y UN AMANECER
LA SOLEDAD DEL HOMBRE Y LA TIERRA
Durante más de cincuenta años, mi vida fue un surco recto y predecible. Las mañanas comenzaban con el canto de los gallos y terminaban con el susurro del viento entre los álamos. El campo, ese compañero silencioso, me enseñó que el amor puede estar en el sudor de la siembra, en el rumor del río, en el calor de las bestias que cuidaba. Los amores pasajeros —mujeres que llegaban como brisas de otoño y se iban sin dejar raíces— fueron solo sombras que cruzaron mi puerta. Creí, quizás con arrogancia, que había domado el corazón. Que la tranquilidad de mi rutina era un muro infranqueable. Hasta aquel amanecer en que el destino me mostró su ironía.
EL AMANECER QUE PARTIO EL TIEMPO EN DOS
Era una agradable mañana, de verano de brisa tibia, cuando las abejas comenzaban a posarse sobre las flores del campo y el sol poco a poco cubre de dorado las cumbres. Caminaba junto al río, pala al hombro, rumbo a revisar los tacos del riego. Entonces, como si el paisaje hubiera contenido la respiración, la vi. Tras de un velo formado por los jugetones rayos de sol que se aventuraban como niños convertidos en ángeles entre el follaje de los jovenes árboles - aquellos que separaban la ribera del sendero por el que yo avanzaba, su figura se recortaba contra el cielo naciente.
Traia puesto un vestido blanco, diáfano como alas de libélula, dejaba entrever su silueta bajo la luz dorada. Su cabello, ondeando en hebras de miel salvaje, parecía tejido con los propios rayos del sol. No era belleza lo que vi… era una resonancia. Como si una parte de mi alma, enterrada bajo años de tierra seca, brotara de golpe hacia ella. Me detuve, pala clavada en el suelo, pulso acelerado. ¿Era un sueño? ¿Un delirio de tanto soledad?
LA VOZ QUE DESARMÓ LOS SIGLOS
El silencio se quebró con su risa. Dulce, cálida, como el rumor del agua sobre las piedras. "Buenos días. Espero no molestar", dijo. Su voz tenía la cadencia de quien ha aprendido a escuchar antes de hablar. Yo, siempre rápido con las palabras, solo atiné a asentir. Ella se apoyó en un sauce llorón, yo en mi pala, y sin planearlo, comenzamos a hablar. De la tierra, de cómo los trigales cambian de oro a púrpura al atardecer, de las constelaciones que brillan sin competir con las luces de la ciudad. Cada palabra suya era un hilo que tejía un puente sobre mi vacío. Hasta que, con suavidad que cortó como guadaña, mencionó: "Vinimos a acampar mi pareja y yo…". El mundo se desdibujó. ¿Pareja? Clavé las uñas en la madera de la pala, fingiendo una sonrisa. "Recorran el campo cuanto quieran", dije, voz ronca. Ella se alejó, y yo me quedé ahí, mudo, viendo cómo el río se llevaba pedazos de algo que ni siquiera había tenido.
EL HURACÁN EN LA CALMA
Esa noche, frente al fogón que no lograba calentarme, entendí por primera vez la palabra "desgarro". ¿Cómo era posible? ¿Cómo un solo encuentro, un cruce de miradas, podía hacer añicos décadas de autosuficiencia? Me repetía que era absurdo, que ella era un extraño, un fantasma de un día… pero el pecho ardía como si alguien hubiera arrancado de cuajo las enredaderas que cubrían mi corazón. Recordé a mi abuela diciendo: "El amor no elige momentos, hijo. Llega como la lluvia, aunque sepas que te ahogará". Y allí estaba, un hombre curtido por los años, temblando como un muchacho. ¿Era envidia de su pareja? No. Era rabia contra el tiempo, contra mi propia necedad de creer que el amor solo era para los jóvenes, los imprudentes, los que no conocen el peso de las pérdidas.
LA TORMENTA QUE NO CESA
Pasaron los días, y ella se fue. Pero su risa quedó grabada en el crujir de las hojas, en el reflejo de la luna sobre el río. Ahora, cuando recorro el campo, me detengo donde estuvo su carpa. Imagino su rostro en las nubes, su voz en el viento. A veces, en la soledad de la noche, me pregunto si fue real o solo un espejismo de tanto anhelo reprimido. ¿Por qué la vida me mostró lo que no podría tener? ¿Para recordarme que, bajo las arrugas y las cicatrices, sigo siendo ese joven que una vez soñó con manos entrelazadas y promesas susurradas? Ahora sé que la roca inmóvil de mi tranquilidad era solo orgullo disfrazado. El verdadero amor no pide permiso. Derriba, arrasa, y te deja sembrado en medio del caos, aprendiendo a respirar de nuevo.
EL LEGADO DE UN INSTANTE
Han pasado años desde aquel verano. Ella no regresó, y yo no la busqué. Pero en algún lugar del pecho, guardo ese amanecer como un relicario. A veces, cuando los pájaros callan y el campo se tiñe de lila, permito que las lágrimas caigan. No por lo perdido, sino por lo vivido: ese instante en que el universo me recordó que, incluso en el ocaso de la vida, el corazón puede latir con la fuerza de un primer verano. Y quizás, en otra vida, junto a otro río, nuestras almas encuentren el momento preciso… cuando el tiempo no sea un ladrón, sino un cómplice.
Guido berly
Y es así, así de simple, creemos que ya logramos engañar al tiempo y que el corazón ya se acostumbró a estar solo y a no extrañar, pero basta un encuentro casual, un cruce de miradas, un olor especial, y volvemos a anhelar de nuevo, a sentir el deseo de un otro, de su cercanía, de su abrazo, y nos regocijamos de solo pensar, que todavía no hemos besado o amado por última vez, que aún es posible una nueva historia, porque al parecer, la razón no quiere entender, que el corazón sigue empecinado en volver a sentir, solo una vez más.
ResponderEliminarMe encantó esta historia ....una historia de amor....de sueños..de esperanzas....asi se vive ....em algún momento ese espejismo será una realidad......
ResponderEliminarHay recuerdos que permanecen y que el tiempo no borra,me encanto es muy romántico...
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