EL TÉ DE LAS MARIPOSAS



Doña Elena escuchaba el silbido de la tetera como un lamento desesperado. En la cocina de adobe, donde el humo del fogón había teñido las paredes de memorias, sus manos temblorosas se aferraban al borde de la mesa. Dos metros separaban su silla de mimbre de la estufa, pero esa mañana, la distancia le pareció un océano. Cada paso era una batalla contra el peso de sus ochenta y ocho años, contra la ausencia de Agustín, su esposo, quien antes llenaba la casa de risas y canciones rancheras. Ahora, solo quedaba el eco de su voz en los rincones polvorientos.  


Sus cinco hijos, dispersos como semillas al viento, hablaban de celebrar su cumpleaños con una fiesta "como se debe": carpas blancas, mariachis estridentes, vecinos que apenas recordaban su nombre. Doña Elena imaginaba el alboroto, los platos apilados como torres inestables, las caras desconocidas preguntando por el baño. ¿Para qué quiero luces y música si lo que anhelo es oír a mis nietos reír?, susurraba al gato dormido en el patio, su único confidente desde que Agustín partió. Las noches se le volvían largas, rasgadas por sueños en los que olvidaba cómo pronunciar "hijo" o "agua". La memoria, otrora un río claro, ahora era un charco turbio donde las palabras nadaban esquivas.  


La casa, antaño bulliciosa, guardaba el polvo de fotografías descoloridas: hijos en primeras comuniones, nietos en brazos, Agustín con su chupalla de paja. Doña Elena intentó escribir una carta, pero las letras se le enredaban en el papel como hilos sueltos. "No es la fiesta lo que me asusta —pensó—, sino que ni siquiera en mi cumpleaño puedan verme… realmente verme". Afuera, el jardín que Agustín cultivaba con esmero yacía invadido por malezas. Solo las mariposas monarca, aquellas que llegaban cada octubre a posarse en las petunias, seguían visitándola, breves y frágiles como sus recuerdos.  


La víspera de su cumpleaños, el insomnio la llevó a revolver el cajón de la cómoda. Entre pañuelos y llaves oxidadas, encontró una caja de té de manzanilla, la misma que Agustín preparaba cuando el frío calaba los huesos. Al rozar las flores secas, una lágrima cayó sobre su dedo. "Él sí sabía lo que necesitaba el corazón sin preguntar", musitó. Esa noche, soñó con mariposas que llevaban en sus alas los nombres de sus hijos: Luis, Carmen, Rosa, Jorge, Ana.  


Al amanecer, el taxibús del pueblo se detuvo frente a su casa. Doña Elena, confundida, observó cómo bajaban maletas, risas y abrazos. ¡Abuelita!, gritó una voz menuda mientras una niña de trenzas se aferraba a sus piernas. Sus hijos, con canas y arrugas propias, entraron cargando ollas de barro y tortillas recién hechas. Cancelamos la fiesta —dijo Rosa, la menor, secándole una lágrima con el pulgar—. Papá nos hubiera regañado por no escucharte.  


No hubo mariachis ni carpas, sino un mantel extendido bajo el durazno del patio. Los nietos corrieron entre las mariposas, los hijos compartieron historias de Agustín y alguien puso en la radio un bolero desgastado. Doña Elena, sentada en su silla junto a la estufa, no tuvo que levantarse: le alcanzaron una taza de té humeante, dulce y amargo como la vida.  


Mientras el sol se ocultaba, vio a Luis arrodillarse en el jardín, arrancando malezas con sus propias manos. Volverán las petunias, mamá, prometió. Y ella, acariciando la taza tibia, supo que aunque las palabras se le escaparan, el amor siempre encontraba raíces donde anidar.  


Las mariposas, testigos silenciosas, bailaron sobre la mesa. Y en el centro, como un milagro diminuto, quedó una flor naranja, intacta, esperando a florecer.


Guido Berly

Comentarios

  1. Hermoso relato, que logra despertar tantos recuerdos de infancia dormidos, y con ellos, el deseo de volver en el tiempo y disfrutar de esos almuerzos del verano, todos juntos, en la mesa larga bajo el parrón.

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  2. Bello bello bello....un relato que describe tan bien. A las sras ya con su vida tejida ..aquella mamita....que solo quiere en su más íntimos deseos estar al lado de quien fuera su gran amor....pero saca fuerzas para compartir . ver a sus hijos y nietos ...y claro solo quieren ver las mariposa en su jardín......yo recuerdo a mi...bis abuela mamita Dora Aurora..que hazta su nombre es muy lindo típico nombre de abuelitas ella pasaba en esas cocinas de adobe que se construían externas a as casas ...sentada al frente del brasero con su mate ...derretía los cubitos de azúcar con una cuchara ya muy quemada ...y para regalonearlos a nosotras a veces nos preparaba naranjas en rodajas con azúcar remojadas con antelación. Que cosa más rica..uf tu historia me hace recordar mucho....casi me vuelvo escritora...
    Gracias Berly ...por dejar que viva estos momentos

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  3. Reflejos de vidas pintadas de blanco ...

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  4. hermosa forma de describir tantas realidades escondidas en 4 murallas , gracias por dejarnos ser parte y sacarnos por unos segundos de este mundo de locos y llevarnos a recuerdos maravillosos, ahora entiendo porque sentí esa conexión con la portada , felicitaciones y el mayor de los éxitos en tu vida 💜🌷

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  5. 🌻 Muy común hoy en día, el descuido a las personas adultas mayores , se les dice ahora o de la tercera edad. Ellos viven añorando el pasado, el recuerdo entre fotos y nostalgias cuando se criaban sus hijos, y más aún si ya no están sus parejas. Esperan a sus hijos y nietos, muchas veces olvidados por los mismos. Una cruel realidad sin empatia ni sentimientos... Que bueno que doña Elena tiene por compañía su gato 🐱 y tuvo un final feliz su cumpleaños al reconocer sus hijos la importancia del amor y la unión familiar. 🌻 🦋... Gracias por compartir Berly tan hermosas letras. 💕

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