Los días en que la gratitud y la duda comparten el mismo corazón

Mi humanidad

Hay una contradicción hermosa y desgarradora en ser humano: podemos vivir bajo un cielo lleno de bendiciones y, aún así, sentir que algo en el alma se agrieta cuando cae la tarde. Lo confieso: tengo una vida que muchos envidiarían. Rodeada de amor, oportunidades y pequeños milagros cotidianos, mi existencia está tejida con hilos de fortuna. Pero hay días en los que la luz se filtra más tenue, en los que el espejo del alma refleja no lo que tengo, sino lo que temo no haber dado.  


¿Alguna vez te has quedado en silencio, mirando al vacío, mientras el pecho se contrae como un puño que no sabe si golpear o abrirse? 


Son esos momentos en que las dudas se arrastran sigilosas, como sombras que se alimentan de los recovecos más frágiles de la memoria. "¿Fui suficiente?", "¿Mis palabras sanaron o hirieron?", "¿Alguien guardará en su corazón un gesto mío que yo olvidé?". Preguntas que no tienen respuestas, pero que duelen como si las tuvieran. A veces, en medio de tanta abundancia, el miedo a no haber sembrado bondad con la misma intensidad con que coseché me deja sin aire.  


No es ingratitud. Es humanidad.  


Porque incluso cuando caminamos sobre un sendero florido, hay piedras que nos recuerdan que también tropezamos. Hay noches en las que el corazón, en su terquedad de órgano sensitivo, prefiere latir al ritmo de los "quizás" y los "tal vez". Y está bien. Es en esa fragilidad donde nos reconocemos: seres imperfectos que aman, fallan, intentan y vuelven a caer.  


Pero aquí está el secreto que aprendí entre lágrimas y autoreflexiones:  


La duda no es enemiga de la bondad, sino su compañera más fiel. Quien se cuestiona si ha sido bueno, ya lleva en sí el anhelo de serlo mejor. Las personas frías no tiemblan; las que sienten con profundidad, sí. Cada lágrima derramada en silencio, cada momento de vulnerabilidad ante el espejo, son prueba de que el corazón aún late con el deseo de dejar una huella gentil en el mundo.  


Sí, habrá días en los que el pecho apretado nos recuerde que no somos héroes invencibles, sino almas en constante reconstrucción. Pero también habrá amaneceres en los que, al mirar atrás, descubramos que hasta en nuestros gestos más pequeños hubo destellos de luz: una mano extendida, una sonrisa oportuna, un "gracias" susurrado al universo.  


Así que, si hoy te pesan las preguntas, respira. 


No eres egoísta por dudar en medio de tu abundancia. Eres humano por querer equilibrar la balanza entre lo que recibes y lo que das. Y tal vez, solo tal vez, esa tensión en el pecho no sea un castigo, sino un recordatorio:  

"Aún estás vivo. Aún puedes elegir cómo iluminar el camino".  


Porque al final, no se trata de ser perfecto. Se trata de seguir caminando, incluso con los zapatos llenos de barro y el alma temblorosa, sabiendo que cada paso puede ser un acto de amor en potencia.  


PD: Y si hoy alguien lee esto y siente que hablo de su vida, quiero que sepas algo: no estás solo. Somos millones navegando entre la gratitud y el miedo, escribiendo nuestra historia con tinta borrable. Y eso, querido lector, nos hace increíblemente valientes.


Guido Berly  


  

¿Te ha resonado esta reflexión? Déjame tus pensamientos en los comentarios. A veces, compartir las dudas las convierte en puentes.

Comentarios

  1. Nosotros tenemos muchas debilidades y la embarramos casi siempre pero está vida es única y hay que seguir intentándolo lo mejor posible para cuando uno ya no esté te recuerden de una manera positiva con valores.que dejaste o enseñaste algo y en ese recuerdo hagan sonreír a las personas que en algún momento de la vida compartimos momentos únicos

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  2. Hermoso todo lo que escribes, momentos vividos..no somos perfectos, la vida nos va enseñando con la madurez de los años. Siempre dejemos huellas bonitas, para ser recordados por siempre con amor.Dulces sueños. ☪️ Que descanses ☪️

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