El Jardín del Alma
Cuando el amor propio atrae a las mariposas del destino
En el silencio de las noches, cuando el mundo duerme y las estrellas susurran secretos ancestrales, hay jardines que laten en la penumbra. No son de tierra ni de pétalos, sino de sueños y cicatrices. Esta es la historia de un jardín interior, de un corazón que olvidó florecer por miedo a que nadie admirara sus rosas… y de cómo, al regresar la luz, las mariposas del destino trazaron su vuelo hacia él.
Hubo un tiempo en que mi jardín fue un altar a la añoranza. Lo imagino así: malezas altas como fantasmas, flores mustias que inclinaban sus cabezas hacia el suelo, y un sendero cubierto de hojas secas que crujían bajo el peso de los «quizás». Yo, jardinero de lágrimas, esperaba. La esperaba a "ella": la mariposa de alas doradas que prometían las leyendas, la que vendría a beber de mis néctares y a quedarse para siempre. Mientras tanto, ignoraba a las otras —las de colores modestos, las que rozaban mis lirios con timidez—, convencido de que ninguna calmaría el hambre de mi tierra árida.
El invierno llegó sin avisar. Las plagas treparon por mis tallos, agujereando hojas y pudriendo raíces. Las avispas, ruidosas y voraces, construyeron sus nidos en mis grietas. Ya no había mariposas, solo el zumbido de lo que no pertenecía allí. Y yo, en mi terquedad, culpé al universo: ¿Por qué no envías a la que merezco?. Pero el universo callaba, porque algunas respuestas solo crecen desde adentro.
Un amanecer de primavera, algo estalló en mí. No fue un susurro, sino un rugido. Tomé mis manos —las mismas que años atrás solo supieron abrirse para recibir migajas de amor— y arranqué las hierbas venenosas. Cavé hasta encontrar la tierra oscura y fértil que aún latía bajo el caos. Planté jazmines que perfumaran la noche, rosas escarlata que desafiaran al sol, y margaritas que rieran con el viento. No lo hice por "ella", sino por mí: porque recordé que, antes que amante, soy vida. Y la vida no mendiga… "resplandece".
Las mariposas llegaron sin anunciarse. Primero una, de alas azules como fragmentos de medianoche. Luego otra, con motas de oro que brillaban al beso de la luz. Y entre ellas, "la de alas doradas"… pero ya no me apresuré a enjaularla en mis palmas. La vi posarse en una rosa, beber su néctar y volar de nuevo. Y sonreí, porque entendí: no era mía, sino libre. Y en su libertad, elegía volver.
Lección Mística:
El amor apasionado no nace de la búsqueda desesperada, sino de la alquimia entre el fuego interno y la paciencia cósmica. Cuando cuidas tu jardín —arrancando las dudas, regando la autoestima, podando los miedos—, las mariposas no son conquista, sino confirmación. Vienen porque tu aroma las atrae, porque tu luz las guía, porque en tu suelo han encontrado un hogar, no una trampa.
Reflexión Final:
¿Y si el amor verdadero no es aquel que persigues, sino el que llega cuando dejas de correr? ¿Cuando te conviertes en tempestad y calma, en raíz y vuelo, en jardín y jardinero? Las mariposas son efímeras, pero un jardín florecido es eterno. Cultiva el tuyo con furia y dulzura, con lágrimas y canciones. Porque el universo siempre envía mariposas a quienes se atreven a ser… todo un universo.
No te desesperes por ser amado. Conviértete en amor, y el amor te encontrará… entre los pétalos de tu propia existencia.
¿Y tú? ¿Qué semillas estás plantando hoy en tu jardín interior?
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarAh ora escribo mi comentario.En mi jardín mis semillas son de reflexión ,alegría serenidad ternura autoconocimiento observar emociones sin juzgarla con mucho respeto.
ResponderEliminarNo hay que perseguir al amor, ni a las mariposas.. hay que dejar que se posen sin temor y con amor.💕🌻Un abrazote grande. ☪️
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