Buscando a quien pueda sostener mis manos sin temor a rozar mis cicatrices

Una carta al amor que aún no llega

Hay noches en las que el eco de las despedidas resuena más fuerte que las risas. Noches en las que miro al espejo y no veo solo un rostro, sino un mapa de heridas calladas: grietas que el tiempo no ha cerrado, memorias de promesas rotas como cristales bajo los pies.  

He aprendido a sonreír cuando me preguntan "¿por qué sigues solo?", como si la soledad fuese un fracaso y no un refugio. Porque no huyo del amor… lo espero. Lo espero con la paciencia de quien sabe que no todos están hechos para descifrar laberintos. Llegan sonrisas brillantes, miradas que juegan a seducir, palabras dulces como caramelos vacíos. Mujeres que se enamoran de la idea de mí, pero no del silencio que habita entre mis costillas, ni del niño herido que aún custodia la puerta de este corazón.  

¿Cómo explicar que no busco a quien admire mi fuerza, sino a quien no tema abrazar mi fragilidad? A quien vea en mis cicatrices no un trofeo, sino una historia. A quien no le asuste tomar esa llave oxidada que cuelga en el alma —la misma que otros han mirado con indiferencia— y la gire con ternura, como quien descubre un secreto sagrado.  

No pido heroinas. Pido complicidad. Pido manos que no se retiren al sentir el frío de mis miedos, sino que se queden a encender lumbre en las sombras. Pido una guerrera de amor lento, de esas que entienden que sanar no es borrar el pasado, sino tejer futuro con los hilos rotos.  

Tal vez sea un romántico incurable, pero sigo creyendo que existes. Que llegarás sin prisa, con las mangas remangadas y el alma lista para no solo habitar este caos, sino para sembrar jardines en él. Mientras tanto, seguiré esperando… no con resignación, sino con la fe quieta de quien sabe que el amor verdadero no tiene prisa, porque viene a quedarse.  

  

Para todos los que guardamos llaves sin dueño, y seguimos creyendo en milagros a media voz.  

Guido Berly