LA TORMENTA Y EL ÁRBOL
Los años no curan todas las heridas; solo nos enseñan a convivir con el dolor. Hoy, en la penumbra de esta habitacion, con el peso de los recuerdos bebiendo de mi vaso, me atrevo por fin a ponerle palabras al vacío que cargo dentro. Es la historia de cómo perdí mi gran amor, la mujer que era mi mundo, por no saber domar la tempestad que llevaba dentro.
Yo era un hombre de pasiones intensas. Creía, con la arrogancia del que no conoce otra forma de amar, que el amor tenía que ser eso: una fuerza de la naturaleza. Para mí, quererla era prepararle tormentas. Llegé a su vida con aguaceros de detalles, con vientos de palabras grandilocuentes, con rayos de celos que yo mismo justificaba como "prueba de mi entrega". Mi amor era un huracán, y yo estaba seguro de que, al pasar, dejaría todo más limpio, más vivo, más nuestro.
Ella era mi quietud. Mi árbol de raíces profundas y silencio elocuente. Al principio, creí que se erguía fuerte para recibir mi lluvia con alegría. Veía cómo sus campos, antes secos de soledad, florecían con mi atención. "Mira todo lo que hago crecer por ti", me decía a mí mismo, ciego y soberbio.
No supe ver, nunca me detuve a preguntarme, si ella realmente necesitaba un diluvio. Quizás solo anhelaba lloviznas suaves, días de sol tranquilo. Pero yo, en mi necia intensidad, seguía acumulando nubes, creyendo que más era siempre mejor.
Y así, sin darme cuenta, mi amor se convirtió en la más lenta y eficaz forma de violencia. Cada discusión que yo iniciaba para "limpiar el aire" era un rayo que caía sobre su tronco. Cada gesto de posesión disfrazado de protección, un viento que quebraba sus ramas. Yo celebraba la feracidad del campo, sin ver las grietas y las quemaduras que mis descargas dejaban en ella, en mi árbol.
Hasta que un día, el árbol ya no pudo más.
La escena final está grabada a fuego en mi alma. El silencio, la habitación que era el cadáver de nuestro "nosotros". Y sus palabras, esas palabras que me persiguen en cada noche en blanco.
"Fuiste la tormenta más imponente que he conocido," dijo, con una calma que era el preludio de su adiós. "Trajiste vida, es cierto. Pero no lo entendí al principio... En toda tormenta, hay un punto donde la furia se concentra. Yo era ese árbol solitario en la loma. Y cada rayo... cada uno de tus rayos, me partía en dos."
Fue en ese momento, al ver la devastación en sus ojos, cuando por primera vez me vi a mí mismo a través de sus ojos. Y no me gustó lo que vi. Vi a un hombre que, queriendo dar vida, solo había sabido repartir furia. Un jardinero torpe que, en su afán de regar, había ahogado la planta más bella de su jardín.
"Tú veías un campo floreciente. Yo solo sentía cómo me quemaba por dentro", susurró.
"No quise...", fue lo único que pude articular, una defensa patética ante la evidencia de mi ceguera.
"Lo sé", respondió. "Esa es la tragedia. No te diste cuenta."
Y se fue. Se llevó su silencio, su calma, sus raíces marchitas. Y me dejó a mí, solo con mi tormenta. Pero una tormenta que ya no tenía donde descargar. Una lluvia que, al no encontrar tierra, se convierte en un diluvio inútil que inunda solo al que la genera.
Ahora lo sé. Ahora, con esta amarga sabiduría que llega demasiado tarde, entiendo que a veces se hace daño a lo que más se ama precisamente por amarlo de la forma incorrecta. Por no preguntar. Por no observar. Por dar lo que nosotros creemos que es mejor, sin ver lo que el otro necesita realmente.
La perdí. La perdí para siempre. No por maldad, sino por una estúpida, terrible ignorancia emocional. Y esta soledad no es el castigo, sino la consecuencia. Soy el eco de una tormenta que pasó, un viento que ya no sopla, un hombre que aprendió a domar su furia cuando ya no quedaba nadie para proteger de ella. El perdedor de una guerra que solo existía en mi cabeza, mirando el campo desolado que una vez fue el paraíso, y preguntándome, por el resto de mis días, cómo pude ser tan ciego.
Guido Berly
Bello escrito, escrito que te deja pensando si has echo las cosas bien, porque muchas veces no nos detemos, a preguntarle a nuestra pareja sus necesidades y suponemos que es feliz .
ResponderEliminarTu historia nos está enseñado , a ver los detalles , a poder conversar, ya que la comunicación en una relación es lo más importante .
Muy buen escrito,deja mucho que pensar, siempre tenemos que ponernos en el lugar del otro para saber que es lo que el o ella quiere,pero eso no los damos cuenta asta que lo perdemos.un abrasito amigo berly
ResponderEliminarHermoso más que hermoso increíble. Hasta puedo decir que son palabras desde el más aya pero tal vez solo es una parte de mi corazón que hubiera querido escuchar esas palabras porque el era así tal cual como usted lo describe. Pero mi corazón lo amaba y nos herimos tanto cuando yo aprendí a hablar nunca nos disculpamos y llego esa maldita pandemia qué jamás nos dejo despedirnos, perdonarnos, y decir todo ese amor que teníamos en el alma. Lo felicito es usted un escritor admirable
ResponderEliminarCuando no se puede olvidar una relación amorosa y se asume la responsabilidad de haber perdido porque la ceguera no permitió ver la versión de uno mismo que no supo amar bien y descubre en cada amanecer que aún la ama lo que su alma no supo sostener ,pienso sobre todo que necesita perdonarse .
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