LA ALQUIMIA ROTA DE LO QUE PUDO SER
Hubo un tiempo en que creí en la alquimia del alma. Un tiempo en que, al mirarte, no veía tu elemento esencial, sino solo la figura brillante y perfecta que podríamos formar juntos. Soñé con ser el estaño dócil y noble para tu cobre reluciente, fundidos en el crisol de un amor que prometía convertirse en bronce, eterno e inquebrantable. Una estatua que desafiaría al tiempo.
Éramos, al principio, como el agua y el aceite en la danza hipnótica de una lámpara de lava. Formábamos patrones hermosos y efímeros, espirales de risas compartidas y conversaciones que fluían en la penumbra. Tu intensidad, tu fuego interior, creaba formas que me hechizaban. Yo me dejaba llevar por la corriente de tu existencia, creyendo que esa danza era el preludio de una fusión verdadera. Pero la química, implacable, siempre reclama su derecho. Por más que agitaras el frasco de nuestro encuentro, por más que yo me esforzara por dispersarme en ti, siempre llegaba la calma. Y en la calma, la verdad: el agua y el aceite deben separarse. Tú, liviano y ascendente, tomando tu lugar bajo la luz. Yo, denso y terrenal, quedándome en el fondo, sosteniendo la memoria de la danza.
No éramos cobre y estaño. Éramos, aunque no lo supiera entonces, cobre y hierro.
Desde fuera, quizás parecíamos sólidos. Una tubería de sueños unida por la abrazadera férrea de la voluntad y la esperanza. Parecíamos funcionales, ordenados, un sistema que prometía conducir un futuro claro. Pero en la intimidad húmeda de nuestra convivencia, comenzó la reacción lenta e imparable. La electrólisis del desamor. Mi esencia, mi naturaleza salina y húmeda, actuó como un electrolito sobre tus sueños de cobre puro y mis vigas de hierro aparentemente fuertes. Tú, sin querer, me oxidabas, corroyendo mi resistencia, dejándome lleno de heridas rojizas y quebradizas. Y yo, en mi terquedad de hierro, desgastaba tu brillo, dejándote opaca y vulnerable.
No hubo maldad, solo la fatalidad de una tabla periódica equivocada. ¿Qué culpa tiene el hierro de ser hierro? ¿Qué culpa tiene el cobre de necesitar un ambiente que yo no podía darle? Nuestra naturaleza era incompatible, y pecamos de alquimistas ingenuos, pretendiendo que la fuerza de sentimiento podía transmutar lo que la ciencia del corazón ya había dictado: nunca seríamos oro.
La separación no fue un corte limpio. Fue el colapso final de la tubería corroída. Reventó, y el torrente de desilusión, de palabras no dichas y de promesas oxidadas, salpicó todo a nuestro alrededor. Manchó amigos mutuos, encharcó los recuerdos que teníamos en común y anegó el suelo firme sobre el que yo creía pararme. El desastre fue tan inevitable como profético.
Y ahora, en la soledad que sigue a la tormenta química, contemplo los productos de nuestra reacción fallida. La materia, como dicen, no se crea ni se destruye, solo se transforma. De la explosión no quedó el bronce soñado. Quedó la herrumbre de mi confianza, el verdín de tu recuerdo y una escoria densa de dolor que todo lo impregna. Tal vez, como en algunas reacciones, uno de los dos salga fortalecido, catalizado por la experiencia. Pero hoy, en la quietud, solo me siento como ese hierro debilitado, estructuralmente comprometido, que ya no puede soportar las cargas que antes sostenía con firmeza.
No nos queda más, dicen, que crear a partir de las cenizas. Es la ley universal. Pero crear duele cuando las cenizas son los restos de lo que un día se quiso ser y nunca se fue. Aceptar que somos lo que somos es el fin de la ingenuidad y el principio de una sabiduría agridulce. Yo soy hierro, tal vez para ser forjado en acero con el tiempo y el fuego correcto. Tú eres cobre, brillante y conductor de otros caminos.
Soñé con la alquimia de un amor que convirtiera nuestro plomo en oro. Pero ahora sé la verdad más dura: nadie, por mucho que lo haya intentado a lo largo de los siglos, ha logrado jamás esa transmutación. Y pretender lo contrario solo nos condena a la corrosión lenta y al desastre final.
Así que tomo los restos de lo que fui, esta escoria de esperanzas, y me resigno a construir algo nuevo, no con el brillo del oro, sino con la resistencia austera del que ha sobrevivido a su propia naturaleza y a la de otro. A construir, simplemente, con lo que queda.
Guido Berly
Este relato esta lleno de simbolismos alquímicos y emocionales , la ecuaciones química del Cu y el Fe veo es una metáfora del alma y el equilibrio que desean lograr con un balanceo bien hecho para transformarse en oro ,el Fe un espíritu guerrero y el Cu un alma cálida y magnética ambos deben purificarse antes y transformar su plomo interno ,en un rincón del alma ambos seguirán resonando aunque no permanezcan juntos. ( me encanta la química )...
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