EL CUMPLEAÑOS DEL ALMA
El zumbido del televisor era un ruido de fondo vacío, una luz parpadeante que no lograba iluminar la penumbra del salón.
Gina apoyó la cabeza en el respaldo del sillón y dejó que el cansancio le pesara en los huesos. No era el agotamiento del día, ni siquiera del año: era el cansancio de una vida entera entregada a los demás.
La taza de té entre sus manos ya no despedía vapor; estaba tibia, igual que el consuelo que encontraba en esas tardes silenciosas.
Mañana cumpliría otro año más.
La frase no trajo alegría, sino un eco hueco, un recordatorio de que el tiempo seguía corriendo aunque ella se sintiera detenida. Otro año, pensó, como un libro más en un estante polvoriento, un libro que tal vez ya había gastado toda su tinta.
Cerró los ojos.
Y entonces, detrás de los párpados, su vida comenzó a proyectarse como una vieja película en blanco y negro.
Se vio joven, con el cabello recogido a la prisa, corriendo tras un balón, limpiando rodillas raspadas, cosiendo disfraces para el colegio mientras el reloj marcaba la medianoche.
Recordó las noches sin dormir, estudiando para obtener aquel ascenso que le permitiría a sus hijos tener zapatos nuevos, libros nuevos, sueños nuevos.
Después vino la distancia.
Claudia, su hija, con los ojos brillantes, anunciando entre abrazos y lágrimas que se iba al sur, a cuentos de kilómetros, por una oportunidad maravillosa.
Gina había sonreído, tragándose el nudo en la garganta.
“Ve, hijita. Sé feliz. No te preocupes por mí”, dijo.
Y Claudia se fue.
Desde entonces, los abrazos quedaron atrapados en las videollamadas y las risas se apagaban al colgar el teléfono.
Martín, en cambio, vivía cerca. Veinte minutos en auto, nada más. Pero veinte minutos pueden ser un océano cuando la vida de los hijos va más rápido que el reloj de una madre.
Las llamadas eran cortas, los mensajes, breves.
“Te llamo luego, mamá.”
“Estoy en una reunión.”
“Después te cuento.”
Y ella, como siempre, entendía. Siempre entendía.
No quería ser una carga, ni una sombra, ni ese peso invisible que interrumpe la vida ajena.
Así que esperaba.
Esperaba a que el teléfono sonara, y cuando lo hacía, su voz se llenaba de entusiasmo fingido para no preocuparlos.
“Todo bien, mi amor. Sí, claro que estoy bien.”
Pero esa tarde, en la víspera de su cumpleaños, algo dentro de ella se quebró.
¿Qué valor ha tenido mi vida?
La pregunta cayó en el silencio y no tuvo respuesta.
Había sido el muro que sostenía a todos. El paño de lágrimas. El refugio.
Y ahora, al final del día, el muro seguía en pie… pero nadie se apoyaba en él.
Las lágrimas ya eran solo suyas.
Y la red que tejió para otros era la que ahora la sostenía a ella, suspendida en una quietud que dolía.
Un suspiro le escapó, pesado, lleno de una tristeza mansa, esa que ya no grita, solo se queda.
Mañana cumpliría un año más.
Y con una certeza que le partía el alma, supo que el mundo seguiría igual.
Claudia, lejos. Martín, ocupado.
Tal vez un mensaje con emojis, una llamada rápida entre pendientes.
¿Sería demasiado pedir un minuto compartido, una visita, un abrazo real?
Lo dudaba. Y ese pensamiento le nubló los ojos.
Pero entonces, como si una lluvia fina cayera dentro de ella, algo se limpió.
Una verdad silenciosa emergió:
Nada había sido en vano.
Cada sacrificio, cada noche sin dormir, cada “no te preocupes” había sido un acto de amor puro.
No había criado a sus hijos para que la cuidaran, sino para que volaran.
Y habían volado.
Esa era su mayor victoria, aunque doliera.
Su legado no estaba en la compañía que le faltaba, sino en la fuerza que ella les había dejado.
Una calma nueva, extraña, comenzó a ocupar el espacio vacío.
Ya no era resignación, sino aceptación.
Una voz interna, suave, le susurró:
“De ahora en adelante, pensaré más en mí.”
El pensamiento la sorprendió, como si no viniera de ella.
Llevaba tanto tiempo cuidando vidas ajenas que había olvidado cuidar la suya.
Miró su reflejo en la pantalla apagada del televisor.
Allí estaba Gina: la madre, la abuela, la mujer que siempre resolvía todo.
Pero también estaba esa otra Gina, la que amaba las flores, la que disfrutaba de caminar junto al mar, la que soñaba con viajar, la que todavía tenía tanto por vivir.
Mañana sería distinto.
No esperaría junto al teléfono.
Se pondría su vestido favorito, el que usaba cuando aún tenía ganas de gustarse.
Se compraría flores, no por vanidad, sino por ternura.
Llamaría a esa amiga que siempre decía “a ver cuándo nos vemos”.
O tal vez iría sola al cine, sin sentir que era un acto de soledad, sino de libertad.
Se levantó del sillón.
El cuerpo le dolía, pero el alma se le encendía.
Dejó la taza fría en la cocina, apagó la luz y, al pasar frente al espejo del recibidor, se miró.
Sí, había arrugas. Sí, había cansancio.
Pero también había algo más: una chispa.
Una que hacía años no veía.
Desde hoy sería una nueva Gina.
Recibiría este nuevo año con la frente en alto, no con tristeza, sino con gratitud.
Por lo vivido, por lo dado, por lo aprendido.
Y por lo que aún estaba por venir.
Porque amar no significa desaparecer en los otros.
Significa también recordarse a una misma.
Y ella, por fin, lo había hecho.
Esa noche, al apagar la última luz, no cerró un día.
Cerró una etapa.
Y cuando se acostó, una lágrima dulce, tibia, le rodó por la mejilla.
Era la primera que no venía de la tristeza, sino del alivio de volver a encontrarse.
Mañana, al despertar, comenzaría a vivir su vida.
Guido Berly
Este nuevo relato tiene el tono de un renacer sereno ,como si llegara la primavera de una madre valiente que lo dio todo por sus hijos y ahora ellos aprendieron a volar y vivir sus vidas ,ella ahora comprendió que no era tarde para volver a ser protagonista de su propia historia y un corazón que al fin se elige . gracias Guido muy linda esta historia
ResponderEliminarMuy linda esta historia..y claro que es real ..me identifica en algunas cosas..yo también solo y mis 4 hijos varones ya todos volaro...y no se puede desmentir que si a veces uno se siente sola que se espera una llamada o alguna invitacion etc...pero en esos momentos digo gracias por la vida y sigo con mis proyectos que tengo muchos...al final del día me acuesto cansada y agradecida de Dios de todo lo que puedo hacer....
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