LA VIDA, un suspiro entre dos misterios.



El Viaje Inevitable:

Las Cuatro Estaciones del Alma


Imagina un viaje del que no recuerdas haber comprado el pasaje. Un día, sin previo aviso, te encuentras aquí. No hay manual de instrucciones, ni mapa definitivo, solo un latido que se acelera en el pecho y un mundo que se presenta en una explosión de luz, sonido y sensación. Así comienza la más universal de las historias, una que se repite, con infinitas variaciones, para cada ser que pisa la tierra. Esta es la crónica de las cuatro certezas que nos tejen, nos moldean y, finalmente, nos despiden.


I. El Arribo:

 El Grito que Responde al Silencio


Todo empieza en un misterio. Un lugar del que no hay fotografías ni recuerdos, solo la sensación de haber sido arrancado de una paz primordial. El primer acto de la existencia es una expulsión, un cruzar un umbral invisible. El mundo te recibe no con suavidad, sino con el impacto brutal del aire llenando unos pulmones que nunca lo habían necesitado. Ese primer grito no es de alegría; es de asombro herido, la primera pregunta silenciosa que se graba en el cuerpo: ¿A dónde he llegado?


Eres pura potencialidad. Un lienzo absolutamente blanco, una página en la que el tiempo aún no ha escrito una sola palabra. Vienes de la nada o del todo, es lo mismo. La memoria, esa fiel cronista de lo que vendrá, duerme un sueño profundo. En esa fragilidad total, en esa dependencia absoluta, yace la primera y más humilde certeza: has nacido. Es el milagro cotidiano que la filosofía intenta diseccionar y la poesía celebra con palabras que siempre se quedan cortas. Como escribió el poeta Rainer Maria Rilke, “La vida nos es dada, pero no nos es dada hecha”. Llegamos desnudos de historia, pero cargados con el peso entero de la posibilidad. Es la primera paradoja: somos infinitamente pequeños, y a la vez, el centro de un universo que acaba de comenzar.


II. El Fluir: 

El Tiempo, ese Alfarero Incansable


Luego, la vida deja de ser un solo instante y se convierte en una corriente. El tiempo, ese escultor paciente e implacable, te toma entre sus manos. Con los días, te modela. Los huesos se alargan, la piel se estira, y el cerebro, esa esponja ávida, absorbe el mundo: el sonido de tu nombre, el sabor de la leche, el calor de un abrazo. El cuerpo se transforma en tu morada, tu cárcel y tu templo. Es el instrumento del placer más inocente y del dolor más profundo.


Aprendes a caminar, y con cada paso, el horizonte se aleja, invitándote a explorar. Aprendes a hablar, y con cada palabra, inventas y traicionas la realidad, construyendo tu propio mundo privado. Y entonces descubres el amor, ese "territorio sin mapas" del que hablaba Ernesto Sabato: un fuego que te calma y te consume al mismo tiempo, que te hace sentir invencible y terriblemente frágil. Pero con el amor llega su sombra gemela: la pérdida. El juguete roto, el amigo que se muda, la mascota que no despierta. Es el curriculum vitae del alma, escrito con cicatrices doradas y tinta invisible.


Te construyes a golpes de experiencia, como un barco que debe reparar sus propias velas en medio de la tormenta. Buscas un sentido con la tenacidad de quien busca una fuente en el desierto, y la felicidad se te revela no como un puerto al que llegar, sino como la brisa que hincha las velas durante la travesía. Te conviertes en un adulto, que no es más que un niño que ha aprendido a cargar con el peso de sus propias elecciones.


III. La Isla: 

La Ilusión del Arquitecto


Llegas a una meseta, a la ribera de la edad adulta, y crees, con una mezcla de orgullo y temor, que eres el arquitecto de tu destino. Es la hora de construir. Tomas los ladrillos de las ambiciones, el cemento de la rutina y los adornos de los afectos, y empiezas a levantar tu isla personal. La carrera, la pareja, los hijos, la casa que se llena de recuerdos. Te rodeas de rostros que crees eternos y de proyectos que sueñas indestructibles. Es la etapa de la siembra, donde el sudor huele a promesa y cada logro es una bandera clavada en el territorio de tu identidad.


Pero el mar del tiempo no deja de golpear la orilla. Y las primeras grietas aparecen. La enfermedad llama a la puerta sin avisar. Una amistad de toda la vida se desvanece en el silencio. Los ideales chocan contra el muro de la realidad. Comprendes, a veces con una dulce tristeza, a veces con un dolor agudo, que toda construcción es arena movediza. Que la marea de lo impermanente acabará por llevarse toda torre, todo muro. Esta es la gran lección de la madurez: la aceptación de la fragilidad. Edificamos con la pasión de lo eterno, sabiendo, en el fondo, que somos temporales. Aprender a vivir es, inevitablemente, aprender a soltar. Como los laberintos de Borges, el verdadero misterio no es encontrar la salida, sino aceptar la belleza y el desasosiego del camino que se recorre, aunque no tenga un centro permanente.


IV. La Desembocadura: 

La Cita con el Gran Misterio


Y así, el río de tu vida, después de serpentear por valles de alegría y llanuras de monotonía, se acerca a su fin: la desembocadura. La muerte. La última certeza, la única verdad democrática. No es un monstruo, sino el horizonte natural que ha estado ahí, al final de cada camino, desde el primer día. Es el gran silencio que pondrá punto final a la sinfonía de tu conciencia.


¿Qué hay después? Las religiones han pintado paraísos e infiernos con los colores de la esperanza y el miedo. Los místicos hablan de un fundirse con el universo. La ciencia, de un regreso a la quietud de los átomos. La respuesta última se pierde en una niebla impenetrable. Y, sin embargo, es en esa incertidumbre donde reside su poder transformador. Porque la muerte no le roba valor a la vida; se lo otorga. Es la que presta urgencia al amor, profundidad a una mirada, intensidad a un atardecer. Porque cuando sabemos que el banquete termina, cada bocado sabe a gloria. Porque cuando sabemos que la luz se apagará, encendemos velas con más fervor. La muerte es la que convierte un simple apretón de manos en un acto de solidaridad cósmica, un beso en un intento desesperado y hermoso de detener el tiempo. Como escribió Rilke, "La muerte es nuestro lado de la vida, vuelta de espaldas a nosotros, iluminada por la vida". Los antiguos lo sabían; por eso vivían con una intensidad que nosotros, obsesionados con negar el final, a veces olvidamos.


Epílogo: 

La Huella en la Arena


Al final, no somos dueños del río, ni de su cauce, ni del mar que lo recibe. Solo somos su fluir único e irrepetible. La vida no es una posesión, sino un acto. Un acto de valor, de belleza, a veces de dolor, pero siempre de trascendencia.


No importa si crees en un dios, en la energía del universo o en la simple y llana materia. Lo que importa es la huella que dejas en la orilla. La caricia dada en el momento justo, la palabra de aliento, la obra creada con pasión, el bien sembrado en silencio. Esas huellas son las que otros viajeros, los que vienen detrás, pisarán y encontrarán esperanza.


Somos viajeros que, por un instante brevísimo en la eternidad, tenemos el inconmensurable privilegio de contemplar el paisaje y de ser parte de él. La grandeza no está en la permanencia, sino en la intensidad con la que vivimos. Como Sísifo, podemos encontrar la felicidad no en la ausencia de la roca, sino en la dignidad con la que la empujamos cuesta arriba, sabiendo que en ese esfuerzo absurdo y magnífico se condensa todo el sentido.


La vida es el viaje. La muerte, simplemente, es el regreso a casa. Y en el intermedio, en ese suspiro entre dos misterios, el amor es la única brújula que nos guía a través de la hermosa y terrible tempestad de existir. Aceptar este ciclo no es rendirse; es, quizás, la forma más sabia y valiente de vivir.


Guido Berly

Comentarios

  1. Ayer justamente estaba analizando gran parte de su escrito,sin saber que UD lo había plasmado en letras,asistí a un funeral de una niña( hija única)de solo 15 años,mientras observaba a sus padres devastados por la perdida ,sentí como la vida sé nos va en un instante ,y todo lo planeado y esperado quedá en un vacío inmenso,éste escrito contiene un orden impecable. Es a mi parecer el relato más completo y conciso de nuestras vidas muchas gracias berly, 🤗 Dios te siga iluminando en sabiduría infinita, quizás un día de éstos me atreva a escribirle parte de mi historia,para que si desea la plasme en su versión

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    1. “Qué lindo relato, al final, más allá de creencias, es reconfortante analizar que este caminar no termina, sino que se transforma en un paso hacia algo luminoso y eterno. Gracias Berly por compartir tus libros.

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  2. Asi es....simplemente vivir intensamente ....pero tratar de vivirla con una
    mision....si esa mision a veces es innata viene dada la vida nos regala pero si no buscarla hazta encontrar esa mision que en algun lado esta y azi poder dejar huellas para que nuestra vida tenga sentido en aquellos que mas amamos


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  3. Este relato nos narra con detalles el proceso de la vida como capítulos de una obra , reflexionando ; nadie nos pregunta si queremos estar aquí ,simplemente tenemos que asumirlo .Somos criaturas frágiles con un cuerpo finito , con emociones cambiantes : representamos una obra de teatro sin libreto ni ensayos previos ,cada escena es nueva y única cada gesto o palabra es una improvisación, una manera de darle forma a la existencia y,cuando esa forma se disuelve ,quedan las huellas en la música invisible del universo. gracias Guido por este relato que hizo pensar mucho

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