EL PESO DE LAS MÁSCARAS



 La Búsqueda Imperfecta: 

Entre la Atracción, la Ilusión y el Valor de Ser Uno Mismo


Vivimos en una era de conexiones infinitas, donde conocer a alguien es tan sencillo como un deslizar de dedo. Sin embargo, paradójicamente, la sensación de soledad y la dificultad para encontrar una conexión verdadera nunca habían sido tan grandes. Muchos navegamos por el mundo de las relaciones con un mapa desactualizado, buscando un tesoro que creemos conocer, pero cuya ruta se nos escapa constantemente.


La Máscara del Deseo: 

El Agotador Arte de Fingir


Todo comienza con un chispazo, una atracción irracional y poderosa. Es en esta etapa donde se libra la primera y más crucial de las batallas silenciosas: la de la representación. Nos convertimos en la mejor versión de nosotros mismos, una versión editada, pulida y a menudo exagerada. Cancelamos planes con amigos para estar siempre disponibles, mostramos un interés profundo en hobbies que nos son ajenos, suavizamos nuestras aristas y escondemos nuestros demonios bajo la alfombra.


¿La razón? La necesidad biológica y social de ser elegidos. Pero este proceso, aunque natural en sus primeras fases, es agotador. Fingir ser alguien que no se es consume la energía vital y crea una deuda emocional que, tarde o temprano, habrá que pagar. El problema no es querer dar una buena impresión; el problema es que construimos toda una relación sobre los cimientos de una ficción. Y cuando la comodidad llega, cuando la conquista se da por segura, la máscara inevitablemente se resquebraja.


Aparece el ser real, con sus malos humores, sus inseguridades, su pereza los domingos por la mañana y su necesidad de espacio. Y es aquí donde la otra persona, que se había enamorado del personaje, no reconoce al actor. La desilusión mutua es palpable. "Has cambiado", es el reproche más común, cuando en realidad, lo que sucedió fue que por fin nos mostramos.


La Prisión de las Apariencias: 

Cuando el "Nosotros" Aniquila al "Yo"


Luego está un fenómeno más sutil y pero más doloroso: la transformación lenta e imperceptible en alguien que no reconocemos en el espejo. No es que la pareja sea mala o malintencionada; es que la dinámica de la convivencia, las concesiones constantes y la renuncia silenciosa a nuestros sueños y pasiones nos van moldeando.


Dejamos de pintar porque a él no le gusta el desorden. Dejamos de salir con nuestros amigos porque a ella le da ansiedad quedarse sola. Callamos nuestras opiniones para evitar discusiones. Poco a poco, nuestro mundo se reduce al universo de la pareja, y nuestra identidad se diluye en un "nosotros" que ya no nos incluye.


Este fue mi caso. Yo nunca tuve el valor de terminar mi relación. A pesar de que era una conexión que se mantuvo por años, siempre pensé que así debía ser el amor: un sacrificio constante. Siempre enfocado en la relación, nunca me asomé fuera de ella. Me mantuve en la nebulosa de creer que eso era lo mejor, una creencia que el mundo exterior fortalecía cada vez que alguien nos decía “qué hermosa relación la de ustedes”. Nadie imaginaba que, en el fondo, había un tema emocional desgastante, un desgaste que te lleva al ejercicio patológico de esperar aprobación para todo y recibir de vuelta la confirmación de que todo lo haces mal. Te acostumbras a esa dinámica, y es justo esa costumbre, esa familiaridad tóxica, la que me aventaba a seguir, siempre con la idea ficticia de envejecer juntos.


Pero llega el punto del quiebre. Siempre previo a eso, el estómago se te revuelve. Se te va haciendo cada vez más frecuente que el malestar emocional se transforme en una incomodidad física palpable. Somatizas tus emociones y eso de verdad te consume, aunque tú no te das cuenta porque tus ojos están puestos dentro de la relación, ajenos al mundo exterior, ajenos a los parámetros de lo que es mínimamente normal en una buena relación. Te acostumbras a que todo lo haces mal y terminas por buscar aprobación para todo. Esto en lo íntimo, porque en los momentos de compartir social, terminan adulándote, diciendo que eres lo mejor, resaltando todo lo bueno que tienes, y tú mismo terminas por no reconocerte. Es una esquizofrenia social que te fragmenta por completo.


El fin de este tipo de relaciones es siempre una etapa muy oscura de sufrimiento donde no ves luz ni salida y pierdes el sentido de la existencia. Es en esa negrura donde algunas personas, sin las motivaciones adecuadas, terminan dando soluciones definitivas a problemas pasajeros. Es el riesgo más terrible de confundir la dependencia con el amor.


La Elección Más Valiente: 

Reinventarse o Aceptar la Propia Paz


Por eso, tener el valor de reconocer cuando una relación nos está dañando y, con aún más coraje, ponerle fin, es un acto de supervivencia. Esa valentía de levantarse y reinventarse, especialmente cuando sentimos que el tiempo no está de nuestro lado, es un acto de profundo amor propio.


Luego, milagrosamente, descubres que hay mucha más vida que la que te acostumbraste a ver. Que la vida es maravillosa y que la puedes vivir en soledad. Que la paz es algo tangible y maravilloso, y que aprendes a disfrutarla hasta que poco a poco se convierte en algo sagrado. Tan sagrado que con el tiempo no estás dispuesto a transar, si no es por algo que genuinamente te lleve a mejorar el estado de felicidad en el que, contra todo pronóstico, lograste encontrarte. Después de haber vivido una mala relación, procuras no volver a repetirla y evalúas con ojo clínico cada oportunidad. Y si no eres capaz de controlar los miedos del pasado, sabes que no podrás iniciar algo sano.


Después de todo lo vivido, proyectas una imagen segura, serena y con una sabiduría que solo da el haber sobrevivido al naufragio emocional. Las personas que han vivido problemas y han salido fortalecidas irradian una calma que atrae a quienes aún luchan en silencio. Recuerdo cuando un joven amigo me invitó a almorzar a una terraza. Mientras comíamos, me confesó su problema: su pareja, con la que llevaba un tiempo y que él consideraba ideal, le había dicho: "Te quiero mucho, pero no te amo. Me siento bien viviendo contigo, pero no siento esas mariposas en el estómago".


Le dije: "Las relaciones son complejas. El corazón se posiciona sobre lo racional. Pero ella te lo pone fácil: retiró el amor de la ecuación, transformando esto en algo puramente transaccional. Tú y yo somos personas que solucionamos problemas complejos de programación. Después de eso, manejar una decisión así no es nada. Trátalo como una empresa: ella tomó participación con una promesa de capital inicial que nunca completó. No aporta y constantemente te exige que le anticipes utilidades, poniendo en riesgo la reinversión. Lo justo es suspender la repartición de utilidades y ver su salida definitiva".


Y así lo hizo. Dejó de llevarle su flor por la tarde, el café por la mañana. Dejó de financiar las salidas con sus amigas y empezó a darse tiempo para sí mismo. Las idas al supermercado se descomplicaron: azúcar en vez de endulzantes rebuscados, el café que a él le gustaba, nada de productos descafeinados. Desaparecieron las cremas, shampoos para cabellos teñidos, bálsamos y jabones especializados. Bastaba con un shampoo y un jabón. Carne, tocino, huevos, leche entera... Todo se simplificó.


Después vino el reproche: "¿Qué pasó contigo? Has cambiado, ya no eres el mismo. Qué lástima que ya no seas el tierno y romántico de antes". Lo dijo con una liviandad sorprendente, sin hacerse cargo de sus propias conductas. Al poco tiempo, todo cayó por su propio peso. Ella no tenía participación en una empresa, sino que tomaba las utilidades de esta para invertirlas en otra que, una vez que salió, también quebró al dejar de recibir lo que mi amigo generaba con su esfuerzo.


Hay que recordar que "más vale un minuto de felicidad en soledad que una eternidad de soledad en compañía". La soledad, al principio aterradora, se revela como ese espacio de paz, autodescubrimiento y reconstrucción. Esa paz interior es un tesoro que no se debe negociar a la ligera.


Los Acuerdos Tácitos:

El Dilema de los Sentimientos Desequilibrados


En el otro extremo del espectro están aquellos que, conscientes de esta farsa, renuncian a las relaciones tradicionales. Optan por vínculos sin etiquetas, basados en una atracción física clara y un beneficio mutuo: compañía para romper la soledad y satisfacción carnal. En teoría, es honesto y liberador. No hay nada malo en ello si ambas partes están en la misma sintonía.


Pero el corazón humano es impredecible. La intimidad física, la complicidad y el tiempo compartido son un caldo de cultivo perfecto para que surjan emociones más profundas. Invariablemente, uno de los dos cruza la línea invisible del acuerdo. El sentimiento nace, y con él, la necesidad de cambiar los términos. El que ama más, sufre; el que ama menos, se siente acorralado. La relación, que funcionaba bajo un frágil equilibrio, se rompe porque ya no puede avanzar de la misma manera. Es la prueba de que, por mucho que lo intentemos, es difícil separar por completo el cuerpo del corazón.


Muchas veces, los que hemos vivido más dejamos de buscar el amor activamente, no por misantropía o porque no deseemos compartir nuestra felicidad y sentirnos acompañados, sino porque hemos aprendido que el amor, aunque maravilloso, conserva algo de inocente y brutal. Siempre quedan heridos en el camino. Cada vez que lo intentas y notas que no va por buen camino, toca terminarlo. Cortar las ilusiones del otro es un paso poco agradable, y a las personas de bien no nos gusta ver sufrir a los demás. Por muy claras que sean las cosas al inicio, es inevitable que la otra persona no se ilusione y proyecte un futuro contigo. Eso, a mi parecer, es lo más difícil de intentar echar a andar una relación nueva: la responsabilidad emocional hacia la esperanza ajena. Y es por eso que a veces ni lo intento, prefiriendo la paz de mi propia compañía al riesgo de tener que herir a alguien que solo buscaba quererme.


El Espejismo del Ideal y la Belleza de lo Inesperado


Nuestra búsqueda está llena de paradojas. Anhelamos ser deseados por aquellos que nos resultan indiferentes, mientras languidecemos por alguien para quien somos invisibles. Nos quejamos de nuestra soledad, pero rechazamos a quienes se interesan por nosotros porque no cumplen con una checklist idealizada que llevamos en la mente.


Muchas veces, esa persona que idolatramos desde la distancia es solo una proyección nuestra. Hemos rellenado sus vacíos con los colores de nuestros deseos, creando un fantasma perfecto que no existe. Cuando por fin la conocemos, la desilusión es inevitable porque chocamos con la realidad de un ser humano imperfecto, tan complejo y frágil como nosotros.


Y, en la otra cara de la moneda, está aquella persona a la que nunca dimos una oportunidad por no superar nuestra barrera física inicial. La que con su persistencia, su humor inteligente y su bondad genuina termina por cautivarnos, demostrándonos que la atracción más poderosa nace de la conexión mental y emocional. Nos enseña que el empaque no siempre revela el valor del regalo.


El Verdadero Amor: 

La Valentía de la Vulnerabilidad


Entonces, ¿cuál es el secreto? No hay una fórmula mágica, pero sí un denominador común en todas las relaciones que perduran y son felices: la elección consciente de ser auténticos.


El amor verdadero no es la ausencia de conflictos, sino la seguridad de poder mostrarse tal cual uno es, sin miedo al reproche. Es poder revelar nuestros secretos más oscuros, nuestras debilidades más vergonzosas y nuestros miedos más profundos, y encontrar no desdén, sino comprensión. Es un pacto de dos almas que se aceptan en su totalidad, que se eligen todos los días no por lo que fingen ser, sino por lo que son, con sus claroscuros. Ese amor no se agota; se fortalece con el tiempo porque se construye sobre la roca de la verdad, no sobre la arena de la ficción.


Al final, la búsqueda no es tanto por la persona perfecta, sino por la persona con la que podemos ser perfectamente imperfectos. Y hasta que esa persona aparezca, o hasta que logremos construir esa dinámica en la relación existente, es mejor abrazar nuestra verdad y nuestra soledad que vivir una mentira compartida. Porque al final del día, la relación más importante que tendremos en la vida es la que tenemos con nosotros mismos. Y merece ser honesta, valiente y, sobre todo, auténtica.


Gudo Berly

Comentarios

  1. Éste escrito me deja una gran expectativa,y me hace reflexionar, cuánto es capaz el ser humano de procesar las emociones? Y sí realmente estamos concientes de nuestros actos ó vamos guardando los verdaderos sentimientos por miedo al fracasó,es como darse a si mismo una respuesta antes de haber preguntado.de todos sus escritos berly ,,éste ha calado en mi persona,es un referente a analizar nuestros actos y obviamente las consecuencias .muy buen escrito, bendiciones 🙏

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  2. “Amar es dejar caer las defensas, olvidar las normas y rendirse sin miedo. No hay planes ni escapatorias, solo el pulso del corazón entregándose por completo.

    Porque el amor, en su esencia, es la ausencia de estrategia: no obedece leyes, no conoce fuga. Es la entrega pura de ser a ser, donde la razón se suspende y solo queda amar.”

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  3. Que escrito tan cierto....admiro tus reflecxiones...desiciones. ..conclusiones...como.dices... al leer en más de alguna parte nos toca en lo personal...y nos hace pensar y recorrer nuestras vidas....pero por ahora me quedo con la paz de mi propia compañia...
    Gracias por escribir ...

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  4. El amor verdadero es un ideal inalcanzable , un fuego que ennoblece el alma aun a la distancia , un diálogo constante de dos libertades que eligen vincularse sin anularse ,un caminar juntos tejiendo un mundo compartido.

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