EL PUENTE DE LOS CUERVOS
El frío se sentía como un cuchillo desgarrando mi piel y hundiéndose tan profundo que sentía roer mis huesos. Desperté en una nebulosa de dolor y confusión, mi cara hundida en el lodo viscoso del canal, bajo la sombra húmeda y ominosa del puente. El olor a muerte, barro podrido y sangre seca era mi único mundo. Intenté mover un dedo, y el dolor fue una descarga eléctrica que recorrió mi brazo destrozado. ¿Cuánto tiempo? La pregunta flotaba, etérea, en medio del mareo nauseabundo. Sabía que era Sofía, que tenía trece años, pero el cómo y el dónde eran agujeros negros llenos de terror.
El esfuerzo por arrastrarme fue una epopeya de agonía. Cada centímetro ganado al lodo era una victoria pírrica, pagada con jadeos que rasgaban mi garganta y nuevas oleadas de dolor. Mis piernas eran troncos inertes, mis brazos apenas respondían, temblando bajo un peso que no era solo el mío. La orilla superior, con su vereda polvorienta bañada por un sol que parecía de otro planeta, con mi cara aun pegada al lodo podrido me parecía imposible de alcanzar. Reuní un hálito de voluntad, clavando las uñas rotas en la tierra húmeda, arrastrando mi cuerpo hecho trizas. La luz era una promesa lejana y quizá mentirosa.
Entonces, una sombra se detuvo en el borde. Una figura encorvada, envuelta en un chal oscuro, escudriñando con ojos ancianos el canal como si buscara algo perdido. Cuando se movió del sol la logre reconocer, era Doña Carmen. La reconocí incluso en mi estado de semiinconsciencia. La vecina de la esquina, la de las macetas llenas de geranios rojos y el olor permanente a canela y pan recién horneado. La señora a quien, apenas unos días antes, le había llevado las compras desde la tienda porque la veía cargar con dificultad. La que siempre me regalaba una galleta tibia y una sonrisa arrugada.
Sus ojos, cansados pero agudos, barrieron la penumbra bajo el puente. Se detuvieron en mí. No fue solo sorpresa o piedad lo que cruzó su rostro ajado. Fue un reconocimiento instantáneo, seguido de un alivio tan profundo que se transformó en horror.
"¡Santo Dios! ¡SOFÍA!" Su grito no fue un susurro, fue un desgarro que rasgó la quietud malsana del canal. "¡Es ella! ¡LA ENCONTRÉ! ¡Sofía, mi niña!". Bajó con una agilidad que desmentía sus años, resbalando un poco en la pendiente, pero sin detenerse. Su voz temblaba, pero no de miedo, de una emoción violenta. "Llevamos dos días... ¡DOS DÍAS enteros buscándote, criatura! Tu madre... el pueblo entero...". Cayó de rodillas a mi lado en el lodo, sin importarle su ropa. Sus manos, calidas, infinitamente suaves en ese momento, acariciaron mi cara cubierta de fango y sangre seca. "¿Qué te hicieron, hijita? ¿Qué monstruos...?". Su voz se quebró. Sentí su calor, el olor familiar a canela mezclado ahora con el hedor del lugar, y algo dentro de mí, algo profundamente enterrado, se estremeció. No estaba sola. Alguien me había buscado. Alguien me reconocía.
Con manos temblorosas pero decididas, se quitó su grueso chal de lana, un tesoro lleno del aroma de su casa. "Aquí, preciosa, aquí...". Me envolvió con una ternura que me hizo soltar un gemido, un sonido animal de dolor y un alivio abismal. Su chal era un escudo contra el frío que había penetrado hasta los huesos. "¡No te muevas, mi amor! ¡Ayuda! ¡AYUDEN! ¡ESTÁ VIVA! ¡ES SOFÍA!". Su voz, ahora potente, llena de una autoridad desesperada, llamó a otras personas que empezaron a congregarse arriba, asomándose al borde del canal con caras de estupefacción y luego de acción.
Después... la niebla. Lagunas profundas. Fragmentos: manos extrañas que me levantaban con cuidado, el traqueteo de una camioneta, luces blancas cegadoras del hospital, el sonido de sollozos desgarrados... los de mi madre. "¡Mi niña! ¡Mi Sofía!". Su voz, un hilo de angustia pura, perforó incluso mi amnesia protectora. La psicóloga, años después, me hablaría de esos muros de la mente, de cómo se derrumban solo cuando el alma está lista. Pero en esos primeros días, solo existía el dolor físico, la confusión, y las miradas: las llenas de lágrimas sinceras, como las de Doña Carmen que vino a verme con una pequeña flor de papel que olía a canela; y las otras, las que escondían morbo o, peor, un frío desprecio. "Caminaba sola...", murmuraban algunos, como si eso fuera un permiso para la barbarie.
Los fragmentos del horror volvieron como jirones de una pesadilla recurrente. Tres caras. Vecinos. Los "perdidos" del pueblo, los que todos sabían que rondaban como hienas, pero nadie detenía. Me habían visto, sola, con una bolsa de pan. Mi "pecado". La sociedad, cómplice por omisión, prefirió barrer su basura humana bajo la alfombra de la indiferencia, y cuando la basura atacó, encontró culpable a la víctima. El regreso al colegio después de mi recuperación de mis heridas físicas fue una crucifixión diaria. El aislamiento fue un muro tangible. Ya no era la primera de la clase; era "la del canal", un estigma pegado a la piel. Las palabras en los libros bailaban, confundidas por el ruido interno del miedo. Mi madre, con sus ojos convertidos en pozos de dolor, pero con una determinación feroz, dijo "basta". Huimos al sur, a una ciudad donde el viento traía sal y el rumor de los bosques, no los murmullos envenenados ni el eco de pasos amenazadores.
La reconstrucción fue una guerra silenciosa. La terapia, mi trinchera. Aprendí que las lagunas no eran locura, sino fortaleza. Aprendí a habitar este cuerpo que sentía tan ajeno, a través de la respiración consciente frente al mar embravecido, del yoga al amanecer, de reconquistar mi piel centímetro a centímetro. La universidad fue un renacer. Nuevas caras, nuevos sueños. La excelencia académica regresó, pero ahora llevaba las cicatrices de la resistencia. Y luego, Mateo. Su mirada no tenía sombras de lástima; tenía la luz cálida del asombro, el respeto, y luego, un amor que me pareció un regalo imposible. Fue mi puerto seguro durante años. Le conté retazos, versiones edulcoradas del infierno, y él apretaba mi mano, su rabia contenida era un bálsamo.
Pero anoche, la verdad completa, cruda, sin filtros, necesitó salir. Bajo la luz tenue de nuestra sala, con el olor a mar filtrándose por la ventana, vertí el contenido del abismo: el frío absoluto del canal, el terror puro al sentir las manos de ellos, el sabor del barro y la sangre en mi boca, la desesperación al arrastrarme, la mirada de Doña Carmen llena de un alivio doloroso, las semanas de pesadillas en el hospital, el peso aplastante de las miradas del pueblo. Lo vi palidecer, como si la sangre abandonara su rostro. Lo vi contraerse, no físicamente, pero sí en el alma. La rabia en sus ojos se mezcló con algo nuevo, devastador: pavor. Pavor ante la magnitud del monstruo que había vivido dentro de mí y que ahora habitaba nuestra sala. Pavor ante la irreparable fealdad del mundo. "Sofía... lo siento... necesito... no puedo respirar", tartamudeó, su voz era la de un extraño. Se levantó como un autómata. La puerta se cerró tras él. El golpe fue el sonido de mi corazón rompiéndose en mil pedazos sobre el suelo de madera pulida. No volvió.
Hoy estoy sola. En la casa que fue nuestro refugio y ahora es una caja de resonancia de silencio. Las lágrimas caen, frías y constantes, sobre el cojín donde él apoyaba la cabeza. Recuerdo el calor del chal de Doña Carmen, el olor a canela en medio del fétido barro. Recuerdo su grito: "¡ES SOFÍA! ¡LA ENCONTRÉ!". Ella me vio. Me reconoció. Me buscó. La comunidad, en parte, sí se movilizó. Hubo manos que ayudaron, corazones que se angustiaron. Pero Mateo, el amor que juró ser mi fortaleza, se ahogó en la inmensidad de mi verdad.
Mi mirada se clava en el mar embravecido tras la ventana. Las olas chocan con las rocas con furia, una furia antigua y purificadora. Una oleada de frío recorre mi espalda, pero no es el frío del canal. Es la frialdad de la desolación. Y entonces, en medio de ella, surge una chispa. No es calor. Es fuego. Fuego silencioso, profundo, nacido de las cenizas de cada traición, de cada abandono. No soy la niña tirada como basura. No soy la estudiante estigmatizada. Ni siquiera soy solo la mujer que Mateo no pudo amar con todo su pasado a cuestas.
Soy la que Doña Carmen reconoció en el fango y llamó por su nombre. Soy la que se arrastró fuera del infierno cuando ya no quedaba fuerza. Soy la que reconstruyó su mente palabra a palabra en terapia, su vida ladrillo a ladrillo frente al mar. El puente de cemento está a kilómetros de distancia, pero su sombra solo me alcanza si me quedo quieta. Mateo se fue. El mundo sigue girando, a menudo injusto, a menudo cobarde. Pero yo... yo soy la que sobrevivió. Y esta vez, la historia no termina con un hombre cerrando una puerta. Termina conmigo, de pie ante el ventanal, mientras la última lágrima de esta marea de dolor se seca en mi mejilla. El vacío duele, el miedo susurra, pero hay una certeza nueva, forjada en el hierro de la experiencia más brutal: Nadie, nunca más, me dará por desaparecida. Ni por muerta. La próxima página no la escribirá el miedo, ni el abandono, ni siquiera el amor perdido.
La escribo yo. Con las manos que una vez arañaron el barro para sobrevivir. Con la voz que Doña Carmen reconoció entre los juncos podridos. Y será en tinta indeleble, el color de la canela y del mar al amanecer. La historia continúa. Y esta vez, la protagonista no pide permiso para vivir. Vive.
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ResponderEliminarHola Berly ,tu historia está llena de mucho dolor y desamor vivido por la protagonista, pero también de mucha esperanza y fe en poder cambiar su destino.
ResponderEliminarMUCHO ÉXITO 🙌
Para leer...
ResponderEliminarHola Berly,es una historia de dolor pero con mucha esperanza y fé que se puede cambiar el destino
ResponderEliminarFelicidades y mucho exito
Hola , ésta historia es triste pero también es como muchas veces pasa en la vida real , la víctima pasa a ser el victimario y todos la miran distinto ,ahí es donde la persona así como en la historia tiene que tener la valentía para salir adelante y seguir viviendo.. Exito.
ResponderEliminarOtro escrito tan emotivo y de profundo contenido.....me removio al pasado casa de mis bisabuelos ...un canal correntoso ....y mas de algunas historias tragicas narradas por ahi.....pero la resilencia ..de algunos sobrellevar el miedo...el dolor ... la perseverancia ..por buscar la paz ... la esperanza...se puede ...(tiempos actuales con tanto estimulos. .y nuestra sociedad insegura ).
ResponderEliminar..muchas veces es mejor reencontrarse con uno mismo..y refujiarme en el chal olor a canela...
Mil gracias por dejarme llevar por tus escritos ...
Pude sentir el.olor a barro podrido jejej me gustó mucho....me recordó a Edgar Allan Poe
ResponderEliminarUna historia muy fuerte..que terrible!..pero nos deja una enseñanza ..no somos débiles..somos guerreras somos fuertes!
ResponderEliminarEste relato tan conmovedor transmite un mensaje de resiliencia ,empoderamiento y superación de no volver a ser vulnerable, es como renacer desde dentro de su consciencia es un canto a la dignidad ... gracias Diego por tocar este tema tan delicado.
ResponderEliminarBerly, vine a leer la historia y a la mitad el las lagrhumedecierin mis ojos y lo terminé a llanto,una historia desgarradora llena de indiferencia ,maldad ,morbo y la nula empatia del ser humano,pero con un ser que se lleno de fuerzas para cambiar y escribir su nueva historia y será diferente,porque será llena de amor y esperanza....Me encanto ...
ResponderEliminar🌻 Relato desgarrador lo que pasó esta Jovencita.,victima de unas personas sin escrúpulos, igualmente discriminada por otros sin empatia ni sentimientos. Lo mejor de éste relato es que ni el miedo, ni el abandono, ni las cicatrices la vencieron, pudo reconstruirse y ser una mujer fuerte frente a la vida. Como tiene que ser.
ResponderEliminarSaludos Berly. 💕 Bendiciones
Hola,me encantó tu escrito ,me gustó como planteas un tema tan triste y desgarrador ,muchas veces nos céntimos infinitamente abandonados ,ya sea por la familia ,pareja ,la sociedad en general ,lo importante acá es que la protagonista finalmente logra entenderlo todo,y así poder avanzar hacia su sanación.felucidades eres muy talentoso .
ResponderEliminarMuy bien expresado el tema al punto que cada palabra leída se vive y mi mente crea una serie de imágenes. Es una historia desgarradora, no obstante deja una lección en una sola palabra " resistencia, fortaleza, cada uno ve si avanza o se queda sumergido en sus malas experiencias como víctima de la vida"
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