El día que el amor me enseñó a temblar
Hubo un tiempo en que creí conocer el amor.
Lo imaginaba como un puerto seguro,
un refugio de certezas.
Pero ella llegó como un huracán de risas descalzas
y miradas que ardían más que el sol de diciembre,
y me enseñó que el amor no es un lugar donde esconderse…
…es el vértigo de caer sin red.
La primera vez que supe que estaba perdido…
Fue un martes cualquiera.
Ella llevaba el pelo mojado por la lluvia
y una sonrisa que olía a café recién hecho.
—"¿En qué piensas?", me preguntó.
Y mentí al responder:
—"En nada".
Porque la verdad era demasiado grande para decirla en voz alta:
"Pienso en cómo tu voz me hace sentir que el mundo podría acabarse
y no me importaría, si es contigo".
El amor, descubrí, no avisa.
Llega como un latido robado entre las costillas,
como ese instante en que tus dedos rozan los suyos
y todo tu cuerpo se convierte en un suspiro.
Lo que duele…
y lo que cura.
Aprendí que amar es entregar las llaves de tus miedos y decir:
"Aquí estoy, frágil y valiente. Haz conmigo lo que quieras".
Aprendí que sus lágrimas sabían a sal y a historias no contadas,
y que enjugar una con los dedos
era más íntimo que cualquier beso.
Aprendí que su enfado era como una tormenta de verano:
breve, feroz
y seguida de un sol que derretía hasta mis huesos.
Aprendí que su risa era mi canción favorita…
incluso cuando la vida afinaba mal las cuerdas.
Y luego…
llegó la despedida.
Porque el amor, a veces, también es soltar.
La cicatriz que me hizo poeta.
El día que se fue, juré que nunca escribiría sobre ella.
Pero el corazón roto es tinta derramada:
no puedes contenerlo.
Así que aquí estoy,
confesando que aún busco su perfume en la piel de mujeres extrañas,
que aún cierro los ojos
y siento su respiración en mi cuello
como un fantasma cálido.
Porque el amor verdadero no se va.
Se transforma.
En nostalgia.
En arte.
En ese nudo en la garganta que te obliga a tragar fuerte
cuando pasa una canción —esa canción— por la radio.
Y tú, alma valiente que lees esto…
¿Recuerdas todavía el nombre que susurrabas en la oscuridad?
¿La mano que sostuviste como si fuera el último barco a salvo?
No temas decirlo.
No temas sentirlo.
El amor no es para los cobardes.
Es para los que, como tú…
y como yo…
prefieren arder
a vivir sin cicatrices.
Guido Berly
Hola Berly, que hermoso escribes, seguramente muchos coincidiran y otros tantos no, lo que si nadie puede negar que alguna cicatriz ha tenido por amor.
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